Michel
Odent
Las ciencias
biológicas de los años 90 nos enseñan que es la primera hora que sigue al
nacimiento la que conforma todo un período crítico en nuestro desarrollo de la
capacidad de amar.
Cuando acudimos a
la biografía de grandes figuras de la humanidad que comúnmente asociamos con el
amor, como pueden ser Venus, Buda y Jesús, se nos presenta la manera en que tuvo
lugar su nacimiento como una fase muy importante, como un momento crítico en el
desarrollo de sus historias vitales. Por contra, la biografía de personajes
famosos, políticos, escritores, artistas, científicos, gente del mundo de los
negocios y sacerdotes suele comenzar describiendo detalles de la infancia y
educación. ¿Podría indicar esta notable diferencia entre ellos que el nacimiento
es un momento crucial en el desarrollo de nuestra capacidad de amar?
Las ciencias
biológicas de los años 90 nos enseñan que es la primera hora que sigue al
nacimiento la que conforma todo un período crítico en nuestro desarrollo de la
capacidad de amar. Durante el proceso del nacimiento, segregamos una serie de
hormonas que permanecen en los sistemas corporales tanto de la madre como del
bebé justo después del nacimiento. Ambos, la madre y el bebé, se encuentran
entonces en un equilibrio hormonal cuya duración tiene una naturaleza vital
corta y que, además, no volverá a presentarse en el futuro. Si consideramos las
funciones de estas hormonas y el tiempo que tardan en ser eliminadas por parte
de nuestro organismo, entenderemos entonces que cada una de estas diferentes
hormonas cumple exclusivamente un papel igualmente diferenciado en la
interacción madre-bebé.
Son estas mismas
hormonas las que funcionan en cualquiera de los aspectos relacionados con lo que
conocemos como amor. Datos recientes que van aportando diferentes ramas de la
literatura científica vienen a presentar, en esta línea, una nueva visión de la
sexualidad. Existe una hormona del amor al igual que también contamos con un
sistema de recompensa que opera cada vez que, como animales sexuales que somos,
hacemos algo que es necesario para la supervivencia de la
especie.
«La primera hora
que sigue al nacimiento conforma todo un período crítico en nuestro desarrollo
de la capacidad de amar»
La oxitocina se
encuentra en medio de cualquier aspecto relacionado con el amor. Primeramente es
secretada por una primitiva estructura de nuestro cerebro llamada hipotálamo;
posteriormente pasa a la glándula pituitaria posterior desde donde, bajo
circunstancias específicas, es liberada repentinamente en el torrente sanguíneo.
Hasta hace bien poco, venía sosteniéndose que la oxitocina era un tipo de
hormona característica del sexo femenino cuyo único papel consistía en estimular
las contracciones uterinas durante el trabajo de parto y el parto, así como las
contracciones del pecho durante la lactancia. Hoy se sabe que la oxitocina es
una hormona tanto femenina como masculina y que se encuentra presente en
diferentes aspectos de la vida sexual.
Hace muy poco que
ha salido a la luz la función de la oxitocina durante la excitación sexual y el
orgasmo. Esto, tras innumerables experimentos con oxitocina en ratas y otros
animales de laboratorio. Por ejemplo, cuando se inyecta la oxitócica a aves
domésticas de corral y palomas, la mayoría, un minuto después de la inyección,
empieza a moverse a ritmo de vals, a agarrarse unos a otros por las crestas y a
montarse. Hace ya décadas que viene utilizándose la oxitocina con animales en
cautividad con fines relacionales. Es ahora cuando contamos con estudios
científicos que muestran los niveles de oxitócica durante el orgasmo en los
humanos. El equipo [de investigación] de Mary Carmichael de la Universidad de
Stanford en California ha publicado un estudio en el que se tomaron medidas de
los niveles de oxitocina entre hombres y mujeres durante la masturbación y
orgasmo. Estas mediciones se realizaron por medio de muestras de sangre
recogidas continuamente a través de un catéter fijo en vena (1). Los niveles
obtenidos antes del orgasmo, durante la estimulación, resultaron ser superiores
entre las mujeres que entre los hombres. Ciertamente, ya eran superiores durante
la segunda fase del ciclo menstrual en comparación con la primera fase. También
las mujeres presentaban niveles significativamente superiores que los hombres
durante el orgasmo; de la misma forma, las mujeres multiorgásmicas obtenían un
pico más elevado durante el segundo orgasmo. En el orgasmo masculino, la
oxitocina ayuda a inducir las contracciones de la próstata y las bolsas
seminales. El efecto inmediato que conlleva la liberación de oxitocina durante
el orgasmo femenino es el de inducir el tipo de contracciones uterinas que
ayudan a transportar el esperma hacia el óvulo. Existen datos de estos hechos
datados ya en 1961 aportados por dos médicos americanos y obtenidos durante una
operación ginecológica. Ocurrió cuando, antes de realizar la incisión abdominal,
fueron introducidas partículas de carbono en la vagina de la mujer, cerca del
cérvix, a la vez que le era administrada una inyección de oxitocina. Luego,
encontraron partículas de carbono en las trompas de Falopio (2).
«La oxitocina es
una hormona tanto femenina como masculina y se encuentra presente en diferentes
aspectos de la vida sexual»
Margaret Mead, tal
y como han hecho muchos antropólogos, se percató de que, en muchas sociedades,
el papel del orgasmo femenino había sido totalmente ignorado, considerando que
no cumplía función biológica alguna (3). En el mismo estadio de desarrollo de
las ciencias biológicas, Wilhelm Reich fue incapaz de relatar cuál era
exactamente el papel del orgasmo femenino (4). Hoy en día, con los datos de los
que disponemos, podemos mostrar una visión completamente nueva del orgasmo
femenino.
Sabemos que cierto
nivel de oxitocina es necesario durante el proceso del nacimiento, y los
obstetras han venido siendo conscientes de ello desde hace bastante tiempo. Sin
embargo, no es hasta la actualidad cuando nos interesamos por la cantidad de
oxitocina que es liberada justo después de que el bebé ha nacido. La importancia
de este pico es especialmente relevante cuando lo ligamos a nuestro reciente
conocimiento de que la oxitocina puede inducir a la conducta maternal. Cuando la
inyectamos en el cerebro de una rata virgen o una rata macho, se vuelve maternal
y comienza a cuidar a los cachorros. En el caso opuesto, si inyectamos un
antagonista de la oxitocina directamente en el cerebro de las madres ratas justo
después del parto, no prodigan una gran atención a sus crías. Puede decirse que
uno de los mayores picos de secreción de la hormona del amor que acontece en la
vida de una mujer se da justamente tras el nacimiento, siempre y cuando éste
transcurra sin que medien hormonas de sustitución administradas a la madre
durante el parto. Parece que el feto también libera oxitocina, lo cual
contribuye al comienzo del trabajo de parto a la vez que puede configurar la
propia capacidad del bebé para liberar la hormona del amor.
«La oxitocina está
presente en la leche humana; es decir, el bebé que es amamantado absorbe cierta
cantidad de la hormona del amor a través del tracto
digestivo».
En este mismo
sentido, estamos en estos momentos conociendo más acerca del papel de la
oxitocina en la lactancia. Se ha comprobado el hecho de que cuando una madre oye
una señal de su bebé con hambre, se produce un aumento en los niveles de
oxitocina, por lo que podemos establecer un paralelismo entre la excitación
sexual que comienza antes de que exista cualquier tipo de contacto físico.
Tenemos entonces niveles igualmente elevados de oxitocina liberados por una
madre en el momento en el que el bebé mama que durante un orgasmo, lo que
constituye otro paralelismo entre estas dos situaciones en la vida sexual. Aún
más, la oxitocina se encuentra presente en la leche humana. Dicho de otro modo,
el bebé que es amamantado absorbe cierta cantidad de la hormona del amor a
través del tracto digestivo. Y cuando nos encontramos compartiendo una comida
con más personas, también incrementamos nuestros niveles de oxitocina. La única
conclusión posible es que la oxitocina es una hormona altruista, una hormona del
amor.
Así, cualquier
episodio de la vida sexual se caracteriza por la liberación de una hormona
altruista, y esto también se refiere a la liberación de sustancias morfina-like.
Este tipo de endomorfinas actúan como hormonas del placer y como analgésicos
naturales. Durante el acto sexual se liberan niveles altos de endomorfinas, por
lo que para la personas que padecen de migraña, las relaciones sexuales se
convierten en un remedio natural contra ese dolor de cabeza. Existe al respecto
mucha documentación acerca del uso por parte del organismo de estas sustancias
en diferentes tipos de animales.
«En las sociedades
en las que la sexualidad genital está muy reprimida, las mujeres tienen una
menor probabilidad de tener partos más fáciles, y a la inversa, la rutina
hipercontroladora del proceso del nacimiento probablemente influye en otros
aspectos de nuestra vida sexual»
Pongamos como
ejemplo el caso de lo hámster y las betaendorfinas, cuyos niveles en sangre
aumentaron en 86 veces en ejemplares machos después de la quinta eyaculación en
comparación con los animales del grupo de control. En esta misma línea se han
realizado estudios en humanos que profundizan en el papel de la liberación en
sangre de endorfinas durante el trabajo de parto y el parto. Como consecuencia
de estos nuevos estudios, ha salido a la luz el tema del dolor y si éste es
psicológico o resultado de condicionamientos culturales, asunto que ha formado
parte del debate con argumentos que podemos situar en hace 40 años. Hoy por hoy
damos por aceptado el concepto de dolor psicológico, aunque también existe un
sistema de compensación cuya finalidad es regular el uso de sustancias opiáceas
naturales por parte del organismo humano. Ése es sólo el comienzo de una larga
serie de reacciones.
Por ejemplo, las betaendorfinas liberan prolactina, una
hormona que le da el toque final a la maduración de los pulmones del bebé y que
es igualmente necesaria para la secreción de la leche materna. También la
oxitocina ayuda en este caso a la subida de la leche.
Este aparentemente
simple hecho de liberación de endorfinas durante el proceso del nacimiento nos
dice que en los 90 no podemos ya separar el estudio del dolor del estudio del
placer, dado que el sistema que nos protege del dolor es el mismo que nos
produce el placer. Durante el parto y nacimiento, el bebé libera sus propias
endorfinas, de lo que se deduce que, en la hora siguiente al nacimiento, tenemos
a una madre y a un bebé impregnados de opiáceos. Es entonces cuando se establece
esa relación de apego o vínculo, ya que los opiáceos crean un estado de
dependencia. De igual manera, cuando los individuos de una pareja sexual se
encuentran uno junto al otro e impregnados de opiáceos, se crea otro tipo de
dependencia muy similar a la relación de apego entre una madre y su
bebé.
Teniendo en cuenta que la lactancia es necesaria para la supervivencia
de los mamíferos, no sorprende advertir que existe un sistema interno de
recompensa que anima a la madre a dar el pecho. Cuando una madre amamanta, en
veinte minutos alcanza el nivel máximo de endorfinas; así, al bebé le ha
recompensado la crianza desde que la leche humana contiene endorfinas. Éste es
el motivo por el que algunos bebés se muestran como “elevados” después de
mamar.
«Durante el acto
sexual se liberan niveles altos de endomorfinas, por lo que para la personas que
padecen de migraña, las relaciones sexuales se convierten en un remedio natural
contra ese dolor de cabeza»
Nuestros
conocimientos acerca de las endorfinas es aún muy reciente. Hace sólo 20 años,
Pert y Snyder publicaron un artículo histórico en la revista Science donde
revelaban la existencia de células sensibles a la recepción de opiáceos en el
tejido nervioso de los mamíferos. Entonces, si el sistema nervioso humano
contiene células sensibles a los opiáceos, podríamos pensar que el cuerpo humano
es capaz de producir alguna sustancia o sustancias muy similares a las que
segrega el opio (5). En cuanto se entiendan por completo estos datos científicos
publicados, dispondremos de una nueva base de la que partir a la hora de
afrontar temas como la relación entre el placer y el dolor, el comportamiento
masoquista y sádico, la filosofía del sufrimiento, el éxtasis religioso y los
sustitutos de la satisfacción sexual, por citar sólo unos pocos temas a modo de
ejemplo.
«Durante el parto y
nacimiento, el bebé libera sus propias endorfinas, de lo que se deduce que, en
la hora siguiente al nacimiento, tenemos a una madre y a un bebé impregnados de
opiáceos»
Tanto la oxitocina,
hormona del amor, como las endorfinas, hormona del placer, forman parte de un
complejo equilibrio hormonal. Pongamos como ejemplo un caso de liberación de
oxitocina de modo repentino. De acuerdo a un equilibrio hormonal, podemos
dirigir la necesidad de amar en direcciones diferentes. En el caso de una madre
con niveles altos de prolactina, ésta, en su trato con el bebé, tiende a
concentrar su capacidad de amar hacia su bebé. Cuando los niveles de prolactina
son bajos, como ocurre normalmente en los casos de madres que no dan el pecho,
el amor es dirigido entonces hacia una pareja sexual, y es que la hormona
necesaria para la secreción de la leche materna, la prolactina, disminuye el
deseo sexual. Cuando un hombre tiene un tumor por el que segrega prolactina, el
primer síntoma es la impotencia sexual. Los fármacos “antiprolactina” pueden ser
inductores de sueños eróticos.
Es bien conocido el
hecho de que, entre muchas especies de mamíferos, la madre que amamanta no es
receptiva al macho. Es más, en muchas sociedades tribales, hacer el amor y
amamantar son actos considerados incompatibles. Podemos decir que desde el
advenimiento del modelo grecorromano de monogamia estricta viene dándose una
cierta tendencia a reducir dar el pecho por medio de esclavas, nodrizas, leches
animales o preparados lácteos.
Existen hormonas
que inhiben ciertos episodios de la vida sexual, hormonas de la familia de la
adrenalina que son liberadas cuando los mamíferos tienen miedo o sienten frío.
Este tipo de hormonas, denominadas “de emergencia”, son las que nos proveen de
la energía necesaria para protegernos en caso de lucha o de huida. En el caso de
una hembra mamífero amenazada por un depredador potencial cuando ésta se
encuentra pariendo, este tipo de adrenalina permite a la madre posponer el
proceso del nacimiento, parándolo y retrasando ese momento con el fin de
impulsar a la madre a lucha o huir del peligro. Es bien sabido por los ganaderos
que es imposible ordeñar a una vaca asustada.
Ahora bien, los
efectos de la adrenalina durante el proceso del nacimiento prueban ser más
complejos en este caso. Ambos, la madre y el bebé, experimentan picos de
adrenalina durante las ultimísimas contracciones que preceden al nacimiento. Con
ello se permite y facilita a la madre estar alerta cuando nace el bebé; además,
para los mamíferos supone una ventaja añadida, ya que liberan energía suficiente
para proteger al recién nacido. Otro de los efectos derivados de tal cantidad de
adrenalina disponible en el organismo del feto es que, igualmente, éste entra en
el nacimiento en estado de alerta, con los ojos bien abiertos y las pupilas
dilatadas, de ahí la fascinación de las madres por la mirada de sus criaturas
recién nacidas. Aparentemente, este contacto visual representa para los humanos
una piedra de toque fundamental en el comienzo de la relación madre-bebé. Hemos
de destacar en este punto que las hormonas de la familia de la adrenalina, tan
generalmente relacionadas con la agresión, cumplen un rol muy específico en la
interacción madre-bebé durante la hora siguiente al
nacimiento.
En los seres
humanos, el principal órgano en funcionamiento durante cualquier actividad
sexual es el cerebro. Las ciencias biológicas modernas ven el cerebro como una
glándula primitiva que secreta hormonas, pero sólo las primitivas estructuras
del cerebro y las que rodean al hipotálamo –aquéllas que compartimos hasta con
los mamíferos más primitivos– están activas durante la relación, el nacimiento y
la lactancia. Los humanos tenemos un neocórtex –estructura cerebral
recientemente descubierta– que alberga al intelecto sobre y alrededor de la
estructura cerebral primitiva. Cuando este cerebro racional es sobreestimulado,
tiende a inhibir la acción del cerebro primitivo. Durante el proceso del
nacimiento, hay una etapa en la que a la mujer de parto le da la sensación de
estar en otro planeta; para llegar a ese “otro planeta”, ha tenido que cambiar
su nivel de conciencia reduciendo la actividad del neocórtex. Y al contrario,
durante el proceso del nacimiento y cualquier experiencia sexual, una
estimulación del neocórtex tiene un efecto inhibitorio: una conversación lógica,
sentirse observada, luces fuertes, etc. Hay pocas parejas que puedan hacer el
amor si se sienten observadas o si sus neocórtex se encuentran estimulados por
luces fuertes o pensamientos lógicos.
«Durante el proceso
del nacimiento, hay una etapa en la que a la mujer de parto le da la sensación
de estar en otro planeta; para llegar a ese “otro planeta”, ha tenido que
cambiar su nivel de conciencia reduciendo la actividad del
neocórtex»
Tratar la
sexualidad como un todo supone tener en cuenta muchas implicaciones. En las
sociedades en las que la sexualidad genital está muy reprimida, las mujeres
tienen una menor probabilidad de tener partos más fáciles, y a la inversa, la
rutina hipercontroladora del proceso del nacimiento probablemente influye en
otros aspectos de nuestra vida sexual.
Es necesario un
completo trabajo para estudiar estas correlaciones, las cuales están basadas en
muchos textos antropológicos de la muy reciente y moderna etnología, como el
trabajo de Malinowski The Sexual Life of Savages (7) y los estudios de Margaret
Mead. Nos encontramos con las mismas correlaciones cuando comparamos las últimas
estadísticas relacionadas con el nacimiento del s. XX en los países de Europa:
los nacimientos son más fáciles en Suecia que en
Italia.
Por supuesto, amor
y sexualidad no son sinónimos. Nadie puede definir el amor, ni nadie puede
analizar con precisión los distintos tipos de amor. La última forma de amor
entre los humanos debería de ser el amor a la Naturaleza, un gran respeto hacia
la Madre Tierra. Durante la primera hora que sigue al nacimiento, el primer
contacto del bebé con su madre es un período crítico en el desarrollo de la
capacidad de respeto a la Naturaleza. Debe de existir algo en común entre la
relación con la madre y la relación con la Madre Tierra. Debe de haber algunas,
muy pocas, culturas en la que no exista excusa alguna para interferir en el
primer contacto entre la madre y el bebé. En estas culturas, la necesidad de dar
a luz en la intimidad siempre se ha respetado, culturas que se han desarrollado
en sitios donde los humanos tenían que vivir sus vidas en armonía con el
ecosistema, donde resultaba una ventaja desarrollar y mantener el respeto hacia
la Madre Tierra.
Cuando el proceso
del nacimiento se vea como un período de suma importancia en el desarrollo de la
capacidad de amar, ocurrirá la revolución en nuestra visión de la
violencia.
Michel
Odent
Extraído de “La
vida fetal, el nacimiento y el futuro de la humanidad”. Ed.
Obstare
1.
Carmichael, M.S., Humber, R., et al., (1987): Plasma
oxytocin increases in the human sexual response. J. Clin. Endocrinol. Metab. 64:
27.
2. Egli, G.E., Newton, M. (1961): Transport of carbon particles in human female reproductive tract. Fertility and Sterility, 12: 151-155.
3. Mead, M. (1948): Male and Female. New York, William Morrow and Co.
4. Reich, W. (1968): The Function of Orgasm. London: Panther Books.
5. Pert, C.B. and Snyder, S.H. (1973): Opiate receptor: A demonstration in nervous tissue. Science 179: 1011-1014.
6. Odent, M. (1987): The foetus ejection reflex. Birth 14:104-105. See also Odent, M. (1991). Fear of death during labour. J.of Reproductive and Infant Psychology, 9:43-47.
7. Malinowski, B. (1919): The Sexual Life of Savages. New York, Harvest Books.
2. Egli, G.E., Newton, M. (1961): Transport of carbon particles in human female reproductive tract. Fertility and Sterility, 12: 151-155.
3. Mead, M. (1948): Male and Female. New York, William Morrow and Co.
4. Reich, W. (1968): The Function of Orgasm. London: Panther Books.
5. Pert, C.B. and Snyder, S.H. (1973): Opiate receptor: A demonstration in nervous tissue. Science 179: 1011-1014.
6. Odent, M. (1987): The foetus ejection reflex. Birth 14:104-105. See also Odent, M. (1991). Fear of death during labour. J.of Reproductive and Infant Psychology, 9:43-47.
7. Malinowski, B. (1919): The Sexual Life of Savages. New York, Harvest Books.
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